El arte y el deporte: la influencia histórica de los Juegos Olímpicos
El arte y los Juegos Olímpicos, aunque proceden de ámbitos distintos, mantienen una relación profunda e histórica que va más allá del simple entretenimiento y las competiciones deportivas. Esta conexión ha estado presente desde los orígenes de los Juegos y se manifiesta de muchas maneras (Joséphine Bindé, Beaux-arts, 15/09/2021). La idea de exponer obras de arte en los Juegos Olímpicos no es, por tanto, algo nuevo, sino una tradición arraigada en la historia.
Los antiguos Juegos Olímpicos, que comenzaron en Grecia en el siglo VIII a.C., celebraban el deporte como una forma de arte. Los atletas eran representados en obras como jarrones, bajorrelieves y estatuas, simbolizando la perfección física y moral. Esta fusión de arte y deporte duró hasta el periodo cristiano, cuando el arte volvió a centrarse en temas religiosos, abandonando las representaciones deportivas.
El renacimiento de los Juegos Olímpicos modernos en 1896, bajo el impulso de Pierre de Coubertin (padre de los Juegos Olímpicos), coincidió con un retorno del arte al olimpismo. En 1906, el Comité Olímpico Internacional (COI) introdujo cinco disciplinas artísticas: pintura, escultura, arquitectura, música y literatura, un «pentatlón de las musas» según Coubertin. Los artistas podían presentar obras inspiradas en el deporte para competir en los Juegos.
Entre 1912 y 1948, se concedieron 150 medallas en estas disciplinas artísticas. Las obras iban desde maquetas de estadios hasta sinfonías olímpicas, todas ellas celebrando el espíritu del deporte.